Son las 4 de la mañana. 5ºC. Apenas has dormido y tu estómago ruge. Apagas la luz de tu frontal, al descubrir que se ve mejor con la luz de la luna. Un paso detrás de otro. Cada uno, un triunfo. Te cuesta respirar y apenas ves a dónde te diriges.
Llegas a la cima. Con todos tus compañeros de fatigas. Hace un mes eran desconocidos. Ahora son familia. No puedes con tu alma, pero estás muy feliz. Una lágrima recorre tus mejillas heladas. Todos lloráis de felicidad y os abrazáis. Lo habéis conseguido.
La claridad va aumentando y ya alcanzas a ver los gigantes que te rodean. El Pumori. El Changtse. El Nuptse. Allá a lo lejos, el Ama Dablam. Y, por supuesto. El Everest. El Techo del Mundo. Miles de veces lo has visto en fotos, pero ahora lo tienes delante de tus narices. Parece que puedes tocarlo. Entonces el sol empieza a despuntar justo enfrente, por encima del pico más alto del mundo. Y te fundes con la montaña.
Perdón por el spoiler, pero así es la cumbre del Kala Pattar. Mágica. Como todo en este trek. La sonrisa de los porters. La parsimonia de los yaks. El aroma del dal-bhat. El colorido de los rododendros.
El Trek del Campo Base del Everest son 88 kms en total. La aventura empieza en el helicóptero que te lleva a Lukla. Cuando aterrizas, te das cuenta de que aquello es un universo paralelo. De allí hacia arriba no hay vehículos a motor. De allí hacia arriba no se sacrifican animales. De allí hacia arriba es territorio sagrado. De allí hacia arriba cada vez hay menos oxígeno. El trek transcurre por todo tipo de paisajes. Muchos seguro que no te los esperas. Cuando pensamos en el Everest, pensamos en roca y hielo. Pero no es así. Hasta los 4000 metros, el sendero discurre entre bosques y ríos y en algunos tramos parece Rivendel. Los arbustos y musgos acompañarán tus pasos entre los 4000 y los 5000. Y, desde ahí, sí. Ya no hay vida. Bueno, hay unas florecillas moradas, pero poco más.