LA RUTA DE LA SEDA

Hace más de 2000 años que las caravanas empezaron a recorrer el haz de caminos que llevaban desde China hasta Constantinopla: la Ruta de la Seda. Hacia el Este, metales preciosos, marfil y coral. En el camino inverso, cargados de porcelanas, té, especias y, por supuesto, seda. Parece ser que ya los persas en el I a.C. tomaron el gusto a este tejido y que los romanos aumentaron esta afición. En cualquier caso, está claro que este tráfico dejo una profunda huella en las pueblos que atravesaba. Entre ellos, se encuentra un gran desconocido, en medio de Asia Central: Kirguistán.

La Ruta de la Seda no era un único camino. Las numerosas rutas que venían del Este de China confluían en una ciudad  a los pies de las montañas, Kasgar, Una encrucijada de cadenas montañosas: al Sudeste Himalayas, Karakorum al Sur, Tien Shan al Norte y hacia el Este, Pamir. El camino óptimo para cruzarlas con tan preciada carga, para llegar a Samarcanda, al otro lado del Pamir, cruzaba los altos pasos de Kirguistán. Y así fue como este país, colgado en las montañas, se acostumbró al camino, al extranjero y a la vida nómada.

LA HOSPITALIDAD DE LOS KIRGUISES

En sus tierras habita el pueblo kirguís, que proviene de Siberia y Turquía. Un pueblo amable y hospitalario, sencillo, dedicado al pastoreo y a la agricultura, que mantiene muy vivas sus raíces nómadas, encarnadas en su más reconocible vivienda, la yurta, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. Esta construcción, temporal y móvil está tan presente en su cultura, que aparece en su bandera.

Su historia nos habla de grandes gestas de jinetes cruzando las estepas. Aún hoy sigue vigente la figura de Manás, el héroe del poema épico homónimo, 20 veces más largo que la Odisea, que narra las hazañas de este patriota en el siglo IX. El Aeropuerto Internacional de Bishkek recibe su nombre y en nuestros días, los “manaschi” siguen recitando sus glorias.

A finales del siglo XIX, los zares pusieron sus ojos en estos terrenos, que daban paso comercial hacia Europa y se incorporaron sus territorios. En 1922, bajo el mandato de Lenin, se incorporaría a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hasta que en 1991 alcanzaría la independencia, pasando a ser la República de Kirguistán.

Y es esa dualidad la que marca la cultura kirguisa: por un lado ese pasado épico legendario de guerreros a caballo y comerciantes de seda y por otro la exaltación del estado soviético, de la que aún conserva un importante legado.

Campamento de Yurtas en Kirguistán

EL PAÍS DE LAS MONTAÑAS

Para rematar el atractivo de este país, se trata de un paraíso para los amantes de la montaña. El 93% de su superficie es montañosa, con más de 1000 m. y  una altura media de 2750 m. Hay numerosas cadenas montañosas: el Tien-Shan (“Montañas Celestiales”) es el más elevado y marca la frontera con China y Kazajistán; el Ala Too (“Montañas Coloridas”) se encuentra al Norte, y al Sur encontramos las estribaciones del Pamir, las montañas Chon-Alai. Tiene 3 picos por encima de 7000, el Pobeda (7349 m.) en Tien-Shan, el Pico Lenin (7134 m.) en Chon-Alai y el Khan-Tengri (“Señor de los Cielos”) que, con sus 7010 m. es el símbolo del Tien-Shan.

También posee unos 8000 glaciares (8100 km2), 12000 ríos y el segundo lago alpino más grande del mundo después del Titicaca, el Issyk-Kul, que ocupa 6280 km2 y se encuentra a nada menos que 1609 metros sobre el nivel del mar y tiene profundidades de hasta 700 metros…

Alejado de los tradicionales y masificados circuitos turísticos, Kirguistán es una joya para los amantes de la aventura. Un viaje exclusivo para el viajero pausado,  que descubrirá en este cruce de civilizaciones una cultura distinta, tradicional, que encuentra en las montañas su refugio y en la naturaleza su sustento.

Dos alpinistas caminan por el glaciar inylchek en Kirguistán
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