En 2016 yo era manager de un surfcamp en el sur de Senegal. Era feliz. La vida allí era sencilla. Mucho surf. Mucho sol. Buena gente.
Un día todo se torció por culpa de un dictador. En la vecina Gambia gobernaba un tal Jammeh, extravagante tirano durante 22 años. Contra todo pronóstico y gracias a la presión de las Naciones Unidas, ese año nuestro pequeño dictador convocó elecciones y resulta que las perdió. Al principio reconoció la derrota, pero luego reculó y se atrincheró en el palacio presidencial.
Mientras tanto, en la vecina Senegal (mi casa estaba a un par de horas de la frontera con Gambia) la tensión crecía. Casi se olía el conflicto. Los kaláshnikovs que antaño se emplearan en la guerra civil Senegalesa, escondidos y con polvo de diez años, volvían a brillar en las calles de nuestro amistoso pueblo. Todo el mundo sabía que iba a haber guerra. Una espesa y tensa calma flotaba en los cafés, en el mercado y hasta en la playa. De vez en cuando se oían ráfagas de metralleta disparadas al aire. Como para ir calentando. Mal augurio.
Yo estaba muerto de miedo. Ya había viajado bastante por aquel entonces, pero nunca había vivido nada similar. Un disturbio en Bruselas. Un robo de cartera en Roma. Una detención encubierta en Londres poco después del 11S (ya te contaré esa historia). Pérdidas de equipajes, vuelos, trenes, teléfono y en más de una ocasión, de la dignidad o la vergüenza.
Pero nunca nada como esto. Nunca un conflicto armado de la magnitud de lo que se me venía encima.
Tras analizar la situación decidí que tenía que prepararme para lo peor.
En primer lugar me diseñé un protocolo de extracción. Hablé con un pescador y acordé con él que, llegado el momento, le pagaría 500 euros por sacarme, en medio de la noche, en su cayuco a alta mar. Entonces alguna de las patrulleras que la Guardia Civil española tiene en esas aguas para controlar la inmigración me encontraría y me repatriaría.
Lo siguiente que hice fue establecer nuevas rutinas. No salir de noche. No ir al pueblo, donde se concentraba más gente y había a veces manifestaciones. Llamar cada mañana a la embajada española (gracias, Adriana, por tu paciencia conmigo durante todo este trance). Dedicar una hora o dos diarias a bucear por internet en busca de información inexistente, ya que nuestro amigo el dictador había bloqueado los sistemas de internet y telefonía en el país. Redes sociales y portales de noticias carecían de fuentes.
La cosa estaba chunga, pero ahora sí, lo tenía controlado. Tenía la información más fresca disponible, un medio de huida y sobre todo, alguien en la embajada sabía de mi situación y me escuchaba cada día. Estaba tranquilo.
Y entonces, conocí a Jaime. 19 años. Bilbaíno. Avezado surfero y echado para delante. El año anterior, cuando terminó el instituto, se había largado él solito a Maldivas para montarse en un barco que le llevaría a surfear los olones de esos arrecifes del océano Índico. Mientras, los de su edad se emborrachaban en las fiestas del pueblo.
Pues resulta que el muchacho, en plena crisis político-militar en el África Occidental, se me iba a plantar en el aeropuerto de Banjul, capital de Gambia, para bajar en coche hasta nuestro surfcamp.
No daba crédito a lo que me decía. Eso no iba a ser posible, no le iban a dejar volar… ¡O peor aún, sí le iban a dejar y se iba a ver metido en un embolado de los que luego se convierten en peli!
Nos pusimos manos a la obra y buscamos alternativas. Había que cambiar esos vuelos. Rápidamente, le redirigimos por Dakar y de ahí un pasaje al sur de Senegal, donde yo podría ir a recogerle con la pickup y sumarle a mi plan de huida, llegado el caso. Pero el caso no llegó. Unos días antes de su llegada el dictador huyó de Gambia. Las aguas volvieron a su cauce y los kalashnikovs a los agujeros donde habían estado enterrados. La vida, la alegría y la fiesta a las calles de nuestro pueblo.
Jaime llegó sano y salvo tras un montón de peripecias en el aeropuerto de Dakar, que en aquel entonces era bastante sórdido, agresivo y potencialmente peligroso para la cartera del viajero. Tuvo las mejores olas que pude presenciar en todo el tiempo que estuve trabajando allí. Para él solo, porque nadie más se atrevía a ir. Le pude enseñar lo que yo llamaba “mi Senegal” con calma. Nos convertimos en amigos y compañeros de viaje.
Cuando Jaime se marchó y me dio tiempo a reflexionar sobre lo que había vivido, planté la semilla de lo que hoy es Malamalama. A raíz del autoritarismo de un dictador, mi visión del mundo de los viajes cambió. Me di cuenta del miedo que puede dar ir a un lugar tan diferente. Con diferentes costumbres, comida y lengua. Sin saber el idioma. Sin conocer los protocolos sociales o legales. Sin conocer a nadie. Sin red de seguridad.
Al crear Malamalama, ese era mi objetivo y uno de los pilares fundamentales de mi propuesta: vivir aventuras con seguridad. Salir a conocer el mundo con un espíritu optimista y una visión amplia. Buscar a través de los viajes la “luz del conocimiento” (eso significa en hawaiano Malamalama). Atreverse a salir de casa sin la sombra del miedo, de la incertidumbre o de la ignorancia. Llevar de la mano a los que, como Jaime, deciden salirse del molde, abrir sus miras y lanzarse a conocer y a disfrutar este planeta maravilloso que nos rodea.
El 21 de Enero de 2017, Yahya Jammeh, un dictador africano, huía de su país para salvar el pellejo. Lo que él nunca supo es que había contribuido a fundar un sueño: Malamalama Travels.
Y esto me acaba de recordar que en Senegal, en algún momento de los excitantes meses que pasé allí viviendo, Malamalama encontró otro de sus pilares, el turismo responsable y sostenible…
…pero esa es otra historia…
Siempre apasionante. Muchas gracias.
Gracias a ti, Carolina!
Espectacular aventura… Menos mal que los mandos no tuvieron información completa de la situación.
Hay que dar gracias de todo lo que vivimos…
Gracias por tu relato, es fácil entender y dejarse llevar por la imaginación mientras te leo.
Y gracias por tu versión cercana y segura.
La historia es muy interesante. Y Senegal un bonito país con buena gente.
No creo en las coincidencias, creo que tenemos un destino y que lo vamos recorriendo por algún motivo.
Yo te conocí de casualidad, a través ….. ya sabes de David y Clau…y de su luna de miel, y por eso terminamos en Nepal con Manamalama.
Cuando nos fuimos a Nepal en Marzo, ya tenia preparado un viaje sorpresa para Septiembre. Pero hasta Junio, en mi cumple no me lo dijeron en casa.
Y sorpresa……. Termine en SENEGAL de donde he regresado hace unos días y allí me contaron la historia del Dictador, que acabo de leer.
Mucha suerte en tu próximo viaje que emprendes esta semana y nos vemos a la vuelta. Namasté, compañero Edu.
Qué bueno que fueras a Senegal! Las casualidades…
A ver si nos vemos pronto y hacemos algo de monte! Un abrazo!